Sky acudió al funeral, un funeral que tenía lugar cuando apenas habían transcurrido unos meses desde la muerte de su bebé. Y allí estábamos Charlene y yo, dos mujeres maduras que se veían obligadas a afrontar muertes injustas. Deberían haber muerto nuestros padres -la madre de Charlene aún vivía- o algún que otro amigo que nos superara en edad. Pero no nuestros hijos, ni nuestros nietos. El mundo se había vuelto loco.
Recetas y confidencias, Ann Pearlman
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